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Lo que te da terror, te define mejor.

El año pasado en la primera reunión del nuevo Jardín de Juana, la señorita me preguntó a qué me dedicaba. Era verano y yo estaba apunto de tomar la licencia del Ministerio para dedicarme solamente a Gringa, por primera vez respondí: Soy diseñadora, tengo una marca de ropa. Creo que esa mañana, sentada en esa sillita chiquita, mirando a una persona que recién conocía, lo empecé a creer.


Muchas veces cuando venían clientas al taller y nos poníamos a hablar, tenía la necesidad de aclarar que yo no estudié Diseño de Indumentaria. Siempre al instante de hacerlo, por dentro me preguntaba: ¿por qué aclaro eso? ¿Me estoy autoboicoteando? ¿Quiero justificar inseguridades que todavía tengo con las prendas? No me termino de creer todo esto que armé? Porque el sentimiento que lo acompañaba no era de orgullo, sino tenía un sabor a inseguridad, o no aprobación propia.


Esa mañana cuando volvía caminando de la entrevista en el Jardín, me quedé pensando en esa respuesta y en esa constante aclaración que siempre quiero hacer. Me pregunté qué es el Diseño. Lo primero que se me vino a la cabeza fue entenderlo como una forma de resolver problemas. No puedo recordar bien si esto lo dice algún teórico o eran discusiones que teníamos en las clases de Teoría y Crítica de la facultad, que tanto me gustaban. En base a entenderlo así, empecé a revisarme como diseñadora en Gringa, y sentí que tenía coherencia. Realmente uno de los motivos por lo que Gringa es lo que es, es porque pensé la lencería desde otra mirada, una que necesitaba yo como consumidora. La diseñé resolviendo un problema que primero lo sentí personal y con el tiempo, entendí que era de casi todes.


Mi primer drama con el mundo de la lencería era que mi cuerpo no entraba en ninguna tabla, por eso nunca podía comprarme un conjunto completo y usarlo, sin tener que regalar las bombachas, porque de cadera siempre soy 2 talles más que de pecho. Así que vender las prendas por separado no fue una decisión arbitraria, sino una solución para todes les que no tenemos cuerpos proporcionados a un hegemónico. Por otro lado, tampoco me era fácil conseguir bombachas que me sientan cómodas y no me aprieten o se rompan a la semana, este mundo no está pensado para les caderones. Así que ampliar la tabla de talles, tenía que ser otra premisa en este proyecto. Algo que no me cuesta reconocer es que soy pragmática, por ende siempre voy a elegir sentirme cómoda, creo que la practicidad y la comodidad son hermanas. Por eso elegí hacer los corpiños lo más sencillos posible y a la vez me parecía noble, que en esa simpleza se respete la forma natural de cada cuerpa. Así fue que tomé otra gran decisión de diseño: no usar broche, ni aro, y menos push up. Y por último, siempre el color fue un disparador a la hora de diseñar cualquier pieza gráfica que me tocaba, por eso pensé en ser fiel a esa forma y usarlo también para pensar la lencería. Algo que también rompía con lo que conocíamos en el mundo de la corsetería, ya que ese mundo es solo en blanco, negro, nude y rojo. Es más los primeros avíos (elásticos y breteles) los teñía a mano, porque era imposible conseguir de otros colores (lamentablemente esto es algo que tuve que dejar de hacer, pero en otra entrada hablaremos de las cosas que tuve que ceder, en pos de aceptar el movimiento de crecer).


La moldería tampoco la diseñé al azar o por pura estética, sino que la fui desarrollando pensando en los diferentes cuerpos y que tan invisibilizados están en el mundo de la moda, y en el mundo general. Trate de focalizar sobre todo en la diferencia, y armé cuatro grandes grupos: quienes tienen más espalda y menos lola, espalda chica y muuuucha lola, mucha espalda y mucha lola, espalda chica y poca lola. Si diseñaba un modelo de Gringa para cada uno de estas cuerpas, nadie se iba a quedar afuera. Comencé solo con tres que hoy son un clásico de Gringa y que inspiraron a muchas otras marcas: Ramona, Helvecia y Maria Juana. Claro que después el tiempo y la experiencia, y principalmente la relación con lxs clientxs, me llevó a hacer nuevos modelos o modificaciones. Así fué que reversioné el Maria Juana y sumé el Rafaela.


Con estos primeros lineamientos, empecé a proyectar. La lencería siento que siempre se diseñó bajo dos únicos aspectos: esconderse bajo la prenda y satisfacer el deseo del patriarcado. Y en Gringa ya nada se iba a esconder. Ni caderas, ni rollos, ni lolas caídas, ni celulitis. Era el momento de brillar, y brillar para nosotras mismas.



Revisando para atrás todo esto, empecé a entender que no haber estudiado indumentaria, no había estado tan mal, porque me permitió diseñar desde otro lugar. Diseñar desde la experiencia de consumidora y comunicadora, lo cual la hizo aún más poderosa. Me dio la libertad de salirme de lo que te enseñan, yo no tenía parámetros de lo que estaba bien o lo que estaba mal, porque no lo conocía. Así que lo empírico fue otra vez mi camino para armar Gringa. Me gusta elegir la experiencia como aprendizaje, en casi todo lo que atravieso. Igualmente con esto no estoy desvalorizando la formación pedagógica, lo planteo desde el lugar de la pura experimentación y curiosidad.


Y como lo que si sabía hacer era armar identidad y comunicación, eso fue saliendo super orgánico, casi inconsciente. Gringa, apareció medio solo, lo uní a algo del interior y le agregué la palabra B R I L L A R, por un deseo propio, estaba bastante oscura, quería ya salir de ese lugar. A partir de que nombré el proyecto, todo se empezó a desenlazar solo, como esa noche buena cuando arranqué con contracciones y todo fue hacia la luz de Juana. Me acuerdo la mañana que iba a trabajar, y sentada en ese vagón de terciopelo bordó de la linea B, se me ocurrió la idea de nombrar las prendas con localidades de Santa Fe que llevan nombres femeninos. Ésta es una simple anécdota de mi provincia, que creería que saben muy pocos, pero que a mi me encantó siempre contar. Ramona, Helvecia, Esperanza, Rafaela, Aurelia, Maria Juana y más, eran las mujeres que iban a empoderar cada modelo de mi nueva armadura.


Brilla Gringa, ya empezaba a alzarse y un fueguito adentro mío también.



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